viernes, 6 de febrero de 2009

continuará

"La noche es un manto sobrio de lana negra sobre la ciudad que duerme o vive de otra manera, quizás respira, palpita, se abraza, besa. Los lingotes de oro no añoran el arrullo de sus madres. La locura atraviesa el puente de la mano de una virgen fría. No necesito salir de esta pieza para sentir el olor de esa ausencia. Vago confort y lunas marchitas, hay un tapiz colgado detrás de tu cabeza y no podemos descifrar juntos lo que las sombras confiesan, en el pasillo estrecho que aborta la escalera. Mundo que oprime con sus pasos, como si fuésemos un lagarto tendido al sol, inepto. ¿De qué sirvo? Injuria. Me falta la pericia de las justificaciones que remplaza el silencio fácil del abandono. De nuevo esa imagen de un hilillo que todavía corre antes de lo irreversible. Estar en un sin ton ni son, me parece una definición justa de este empecinarse grotesco por permanecer vigilante, como un ojo atento a cada movimiento de un cuerpo anfibio en el agua estancada. El fracaso es imprescindible para poder discernir a ciencia cierta. Sin fracaso no hay consciencia."
.
Cerró el cuaderno luego de leer el párrafo y esa abstracción le pareció sin consistencia. La calle estaba llena de gente, de autos y de transpiración, todo goteaba, las risas, los niños y las bicicletas que circulaban indebidamente por la vereda. Tal agitación lo empujó a entrar en un lugar que parecía sombrío y vacío. Detrás de la barra un hombre viejo y gordo; las botellas delante de un espejo que cubría el muro parecían hacerle señas. Había un olor singular como en todos los bares, mezcla de vinagre, comida, sudor y polvo. La poca luz que a duras penas inundaba el lugar atenuó las ideas de Francisco sobre lo que escribía Carmen. Carmen era una mujer, no muy bella, pero mujer, con todo lo que un cuerpo de mujer puede dar a imaginar. Más que una montaña. Detalles. La lujuria es una caligrafía. Un orden sensual y perfecto que va desde una pestaña hasta el brillo de una uña. Crear sin procrear, sin un destino final.
.
Simplemente intentar sumirse, tratar de estar atado a alguna cosa y dejar de vivir como un volantín chupete. A la deriva, de acuerdo, pero con alguna razón, una justificación que pudiese llevarlo fuera de su silencio, de ese muro que lo rodeaba, lo oprimía de peor forma que cualquier orden, social, familiar. Francisco vivía sin contradicciones a fuerza de anular las significaciones, todo era flujo para él; incluso él mismo, vivía en una especie de circuito entrelazado donde todo conectaba y nada se aislaba. Una soledad en medio de la multitud de señales. Intentó entablar la conversación con el viejo gordo que hojeaba distraidamente el diario. No había ninguna poesía en esa actitud. Pero, ¿qué tenía que hacer la poesía en ese lugar?, si estaba ahí era para escapar del calor, del bullicio, de la animación. El viejo gordo acercó el vaso de vino blanco que Francisco había pedido sin ni siquiera mirarlo, rascándose la cabeza para volver a hojear el diario. Bostezo. Bostezos de ambos. Preferible salir de ahí y caminar hacia el cerro, lejos del centro. Buscar la luz del campo sin saber porqué ni para que, la luz no tenía un sentido utilitario, ni siquiera para poder ver. Es por la luz que estaban puestas ahí las cosas, los árboles y las piedras como también los techos de las casas. Era el esplendor que contaba. Quizás una abstracción.
.
David se aproximó a la puerta de entrada con parsimonia. Tenía reputación de personaje enigmático, quizás loco. Su originalidad quedaba reflejada en su vestir: Una camiseta de basquetball, pantalón de huaso y sandalias; el todo coronado por una boina.
-¿Qué se le ofrece?
-Un vaso de agua.
-Pase, los vasos los tengo todos en la cocina. Pienso que han dado el agua que estaba cortada. Pues bien, aún no hay agua. Tome, ahí tiene un poco de bebida, ¿tiene hora que me diga? Mi radio se descompuso y no he podido ir a buscar la tele que presté.
-Son las 12 y cuarto.
-¿Podría ayudarme a mover un estante?
Francisco asintió con un gesto de la cabeza y ambos tomaron el mueble para llevarlo a una pieza vecina, una cantidad de libros amontonados e innumerables trozos de madera para la fabricación de sus artefactos inundaba el piso. Una cantidad de ampolletas y cables cubría una mesa debajo de la ventana que daba al jardín. Lejos se veían árboles y los cerros que rodeaban la ciudad.
-Me parece haberte visto hace algunos días en el centro, comentó David. Ando vendiendo camisas en las tiendas de ropa usada, continuó. Siempre paso bajo el puente que cruza el río, me siento a fumar un cigarrillo. Es verdad que siempre hay tipos que duermen durante la noche, acomodándose con cartones y trastos viejos, luego continúan su vida en balde bajo ese puente. Ahora que el río está bajo es posible pasearse entre los arbustos que rodean el muro. Más allá de ese muro, la ciudad y su movimiento. Luego subo con mis paquetes para pasar por las tiendas ofreciendo mis camisas. Y todo me parece falso muchas veces, la ciudad y la gente que va de prisa, mis vecinos del barrio, mi situación personal ¿No le pasa a Usted?
-De verdad a mi me pasa lo contrario. Todo es demasiado verdadero, demasiado presente. Las cosas y la gente se me dan con una especie de peso.
-En el fondo viene siendo lo mismo que a mí me ocurre. La sinceridad es muy importante; yo con mis lámparas trato de acercarme lo que más pueda a la verdad de un soporte de ampolleta. No importa que no sea funcional, lo que cuenta es que sea un compañero, un sostén para la luz. No es una lámpara en Braille, aunque un ciego al tocarla percibiría los accidentes de la madera, la escritura que hay, todos mis recorridos vendiendo camisas para poder sobrevivir inscritos como una radiografía. Una identificación con lo que hacemos es algo muy difícil de encontrar en un objeto hecho en serie. No existe ninguna huella dejada por el obrero en la producción industrial, es más, la impersonalidad es signo de perfección, de una uniformidad.
.
David una persona extravertida y de sensibilidad. Francisco prefirió despedirse de él y continuar solo su camino. Había una sola manera de vivir junto a Carmen, aceptar su literatura y todo lo insípido de su mundo. Sus tertulias y por ende sus colegas del diario, uno que otro profesor de literatura, ciertos artistas en busca de figuración. Figurativos. Francisco no era artista, no buscaba representar algún interés ni ser considerado. No había para él significación de ningún orden, ni gremial, ni social. Pintar y leer eran para él actividades en sí. Finalmente despreciarse a sí mismo es tan viejo como Buda. La vida va inconclusa y sin ningún rumbo. A la deriva en una descomposición gradual y permanente. La vida no se encuentra ya dada como un producto en un supermercado. Ser una insignificancia, para escapar a la necesidad, quizás lo verdaderamente insigne. Francisco estaba sumido en lo imposible de su improductividad y se veía como un defecto. Si el hombre se entendiera como una expulsión de la naturaleza, aquel que puede mirarla desde afuera con la intención de retornar a ella algún día y poder lavarse de sus pecados, del orgullo de los autos y de las máquinas que brillan. Pobre arbolito enfermo en esta vereda. Todos pasamos cerca y no nos compadecemos de su dolor.
.
.