viernes, 1 de agosto de 2008

henry moore

Henry Moore
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Alineación al centro
Composición, 42 cm. de largo, 1931.
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Figura Acostada
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La escultura que me toca más intensamente está henchida de sangre, autónoma, redonda... es estática, fuerte, vital, sale de ella algo de la energía y de la potencia de las grandes montañas.
Ella vive su propia vida, independientemente del objeto que representa.
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Quizás yo le encontraba a esas figuras mexicanas puntos comunes con las esculturas del siglo XI que había visto cuando era niño en las iglesias de Yorkshire. Fue una extraordinaria revelación: esa verdad del material, esa potencia, esa variedad, esa fertilidad en la invención de las formas, esa concepción totalmente tridimensional... Ahí hice mi elección, delante de esas figuras austeras, a menudo crueles. Es ahí que decidí que no habría "belleza" en mi obra en el sentido que lo entendían los últimos Griegos y el Renacimiento. Nada de "buen gusto", de "elegancia", de afectación.
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La figura humana es lo que más me interesa, pero he encontrado los principios de la forma y del ritmo a través la observación de los objetos naturales. Como piedras, rocas, huesos, árboles y plantas.
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Guijarros y rocas muestran como la naturaleza modela la piedra. La observación de guijarros lisos, gastados por el trabajo del mar nos enseña la manera de modelar la piedra, de modificar las superficies, nos enseña los principios de asimetría.
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Hay en la naturaleza una variedad infinita de formas y de ritmos, de estos el telescopio y el microscopio han multiplicado el campo, y a partir de ellos el escultor puede aumentar su conocimiento de las formas.
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La escultura es un arte al aire libre. La luz del día, la del sol le es necesaria y para mí el mejor entorno y complemento de la escultura es la naturaleza. Preferiría ver una de mis obras en un paisaje cualquiera, que en el edificio más bello que yo conozca.
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Henry Moore - Catálogo de la Exposición de 1977 en París.
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