viernes, 1 de agosto de 2008

fessard y la dialéctica amo-esclavo de Hegel


Marcelo Loffreda en Suiza, poco antes del Mundial de Rugby, Francia 2007.
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Es un jesuita francés, el P. G. Fessard, el que sin duda ha entregado el pensamiento filosófico y teológico más original y fecundo, entre los herederos de la dialéctica de Hegel. Pionero, en Francia, de los estudios hegelianos, Fessard era sin dudas el único teólogo especulativo que conocía bien el materialismo dialéctico. Constantemente atento a nuestro tiempo, a sus infortunios, sus sometimientos y sus promesas, no ha dejado de debatir con los adversarios de la libertad del espíritu, siempre en el centro de la actualidad política e intelectual. Era, precisamente, un temible "dialéctico", en el tradicional sentido de la controversia conceptual. Pero, en particular, toda su reflexión intentaba poner de relieve la dialéctica histórica, de la manera que la muestra el pensamiento cristiano. Sin concesiones en el lenguaje, sistemático e inventivo, nos entrega sin dudas la teología "dialéctica" -donde todos los sentidos de esta palabra se juntan- la más puesta a prueba por la fe, como al mismo tiempo por un comercio incesante con los mejores pensadores de nuestra época, en particular Raymon Aron.
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Fessard fue el primero que intentó comprender a Marx a partir de la inspiración hegeliana para encontrar un modelo dialéctico capaz de hacer comprender el antagonismo histórico que es la "lucha de clases". Ha captado, directamente en su esbozo, la " dialéctica amo-esclavo" donde Hegel, sin darle mayor importancia, mostraba la lucha para ser reconocido, para sentirse seguro, por el reconocimiento servil, de la supremacía sobre la vida natural, supremacía que es propia de la "consciencia de sí".
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Despejemos primero el sentido general, la estructura y el alcance de esta dialéctica amo-esclavo. Encontraremos el hilo conductor para explorar la dialéctica teológica de nuestro autor.
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Entendido, según el mito clásico del hombre natural, como un prototipo de nuestra especie animal en pos de devenir hombre, el individuo primitivo se distingue primeramente por el nacimiento en él del deseo. Deseo que no limita las necesidades primarias, que parece inútil vitalmente y que encierra todas las solicitaciones y ambiciones propias de nuestra existencia siempre insatisfecha. Confusamente, éste desea ser más y otra cosa que un animal, ser entonces amo de la naturaleza. Y la satisfacción continua de sus necesidades reactiva perpetuamente el deseo que es testimonio de la primera manifestación de la libertad.
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Tendría necesidad, para saciar el deseo, de aquello que la naturaleza no puede ofrecer a pesar de todas sus riquezas, tendría que ser reconocido por otro, dotado del mismo deseo, movido por la misma búsqueda. Y es aquí que surge otro, un segundo primitivo. ¿Qué puede pasar? Se puede compartir un territorio o una presa, no un deseo de supremacía. Uno de los dos está de más, la competencia es inevitablemente una lucha a muerte.
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Lucha extraña, sin embargo, ya que cada miembro de esta pareja, durante el tiempo en que quiere suprimir al otro, cuenta con que será reconocido por él, a la fuerza. Ocurre también, algo ignorado en los combates de animales, que cada rival percibe, en el fragor de la lucha, su posible muerte, inminente, ya que la siente, anticipadamente, como anulación de su deseo. Es entonces, a menos de que uno de los dos adversarios sucumba -y en ese caso el sobreviviente no ganará nada-, que una nueva relación, inédita en la historia natural, puede constituirse: si aquel cuyas fuerzas flaquean prefiere conservar la vida natural, so pena de reconocer al otro, sin hacerlo de su persona, la relación dominio servidumbre comienza...
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Dialéctica y Teología - Claude Bruaire
(versión a partir del texto original en francés)
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